Lo que es un mito, tiene aspecto de verdad; lo que se ha asumido como cierto de conformidad con relatos religiosos y narraciones históricas, se asemeja más a mito; y lo real es que la historia oficial, bajo la lupa de las investigaciones de los buscadores de la verdad, es una historia inventada.
A
la humanidad la han manipulado sus propios guardianes, los que por sí mismos
son la muestra de que el bien y el mal coexisten como parte del todo. En las distintas
mitologías no todos los dioses aparecen alineados en la visión del destino de
la humanidad y eso fue parte del motivo de las guerras cósmicas descritas en
los mitos conocidos.
La
manipulación a la que ha estado sometida la humanidad se sostiene sobre la
perpetuación del fenómeno de la dualidad, lo que se traduce en un interminable
conflicto que impide alcanzar la unidad interior. La batalla entre el bien y el
mal es en sí misma una ilusión y el hecho de no captar eso es lo que nos
vincula con un bando y con la mitad de la verdad. La verdadera libertad
espiritual no implica elección sino integración de todos los aspectos de
nuestra naturaleza. El objetivo no es elegir el bien sino superar la dualidad
porque la luz y la oscuridad son partes necesarias del todo. El bien no puede abstraerse
del mal (no tiene sentido la existencia de luz sin oscuridad) y la vida no
termina con la muerte porque todo es un continuo fluir de energía. Creación y
destrucción son dos caras de la misma moneda y el universo es un tejido compuesto
de fuerzas opuestas que coexisten y no accionan la una sin la otra. El caos mismo
es necesario para la transformación.
Es
costumbre venerar la luz y temer a la oscuridad, pero esta última es parte de
la humanidad a través de entidades que influyeron en la historia desde las
sombras, como dioses que la historia pretendió ocultar y olvidar, pero que mantuvieron
su influencia en el anonimato. El bien y el mal no son opuestos
irreconciliables sino los polos necesarios para la existencia de la creación
tal como es.
El
dios principal del plano material es el demiurgo, un dios secundario,
imperfecto, incompetente, ruin y limitado que intenta hacer creer que es el
único dios y de naturaleza bondadosa, pero es reconocido en la sabiduría
gnóstica como Yavé (Jehová), el dios del antiguo testamento, un dios capaz de
someter al sufrimiento a su propia creación solo para su complacencia en nombre
de una evolución que beneficia al alma, pero perjudica al espíritu.
El
Dios Supremo es de naturaleza pura y antimaterial, de carácter incognoscible
para quienes tienen la “desgracia” de seguir atrapados en la materia creyendo
que esta es la única realidad. Su esencia es tan vasta que no puede ser
contenida ni comprendida dentro de este universo. La materia es corrupta por
naturaleza y es el paraíso del mal, pero el mal tiene un propósito y es digno
de crédito.
El
propósito del mal es alentar la búsqueda de la verdad y la reconexión con la
fuente en ciclos de caída y ascenso. El tiempo es una ilusión producto de la
desconexión con el origen y es el fenómeno que permite perpetuar la ilusión de la
realidad material a través de la reencarnación.
A
través de los siglos, distintas civilizaciones confluyen en la existencia de
una era dorada y el registro de una caída al mundo material, lo que en el
cristianismo corresponde con el exilio desde el jardín del Edén. Hiperbórea,
Atlántida y Lemuria representan el arquetipo de lo que la humanidad perdió y
anhela recuperar con la reconexión espiritual. Los relatos de un pasado
glorioso y la descripción de las luchas de todos los tiempos conminan a superar
el exilio espiritual y a lograr trascendencia a través de la recuperación del
yo absoluto y el desvanecimiento del yugo del demiurgo.
Antes
del dominio de las religiones cada civilización tenía su agrupación de dioses a
cargo del destino de los seres humanos, cada dios dotado con poderes
extraordinarios objeto de reverencia y miedo por parte de sus cultores. Los
nombres y los detalles de los relatos cambian, pero no el núcleo, y los une el
hilo de la asombrosa similaridad a pesar de las distancias y los siglos de por
medio.
Enki
de los sumerios, Anubis de los egipcios, Odín de los nórdicos europeos y
Quetzalcóatl de Mesoamérica, entre muchos otros, fueron relegados al olvido con
la imposición del monoteísmo, pero todos dejaron un legado para la humanidad
mediante símbolos y mensajes que prevalecen a través de algo más que los mitos.
No
bastó con la quema de bibliotecas para borrar la historia porque inscripciones
antiguas hechas en tabillas de arcilla sobrevivieron al fuego vandálico y se
rescataron a través de descubrimientos arqueológicos que brindaron información
fascinante sobre los dioses de antaño, los cuales eran del plano físico,
convivieron con los humanos y no manifestaron decoro alguno al exhibir sus debilidades
y defectos y tampoco mostraron mayor sabiduría al actuar con crueldad tras el conocimiento
y poder que ostentaban.
Los
humanos de entonces los consideraron dioses y con el paso de los siglos los
catalogaron de ángeles o demonios según su naturaleza y algunos de ellos fueron
reconocidos como ángeles caídos. Lo que se ha enseñado por los siglos de los
siglos es falso y es cada vez menos creíble ante la creciente evidencia de que
la historia escrita no es cierta y ha sido manipulada para retrasar el
despertar espiritual de la humanidad. La historia narrada a lo largo de los
siglos es una invención, una mentira que ha moldeado el mundo desde sus inicios
y hasta la narración bíblica despojada de todo contexto encubre la verdad. Las
religiones tienen una raíz común con una historia pendiente por reescribir.
Todo
lo experimentado por esta humanidad ha ocurrido por cuenta de guerras cósmicas
que han causado la caída del ser humano al plano de la expresión de la dualidad
y la desconexión espiritual, lo que inexorablemente conlleva el esfuerzo
consciente para lograr la reconexión y el ascenso de regreso al origen con la
consecuente integración de las naturalezas masculina y femenina, libres de la
interferencia de los seres reptilianos.
El
interés en la Tierra por parte de tantas razas estelares, entre otras razones,
radica en que este lugar a diferencia de otros planetas y sistemas habitados
tiene la capacidad de sostener todas las dimensiones. La Tierra es un planeta
multidimensional muy importante dentro de la hermandad galáctica y debido a eso
está custodiada desde Sirio, las Pléyades, Orión, Venus, Antares y Arcturus, bajo
mínima intervención en virtud del respeto al libre albedrío en el planeta. La
Tierra ha sido más que un atractivo y grandioso santuario para desplazados
cósmicos. Es una gran promesa de esplendor para todas las razas que acoge en su
seno.